
El evangelio turbio de Virgo…
b.)
Hay un hombre de piedra colgado
en el antiguo museo de la noche
con los brazos sangrantes y abiertos
como un Cristo judío…
No sabe rezar, no quiere disculparse
no conoce los alcances del perdón…
Con los ojos cerrados ve muertos caminar
por todas partes
niños lavando a toda hora
los cadáveres de sus padres
y algunos juguetes…
Es un artesano que infatigable
repara las cabezas de granito
de otros dioses celosos
sedientos de sangre y de venganza…
Su casa, su taller
todos sus instrumentos
de fe y de labranza
han sido quemados entre la purificación
y la blasfemia…
Quiso tener el corazón de Ruth
en las tierras de Moab
donde comían los hígados crudos
de sus hermanos
los chacales de la idolatría
las hienas de Gomorra
los huevos tiernos de sus críos…
Piensa que algún día tendrá
la edad suficiente para creer
en la causa noble de los sacrificios
que la paz que aún no conozco, Señor:
sea con él
y sea contigo…
g.)
Aún veo temblar
los escalpes humeantes
de todos mis hermanos israelitas
en el helado crematorio
de los nazis…
Los clavos y los tres maderos
que sostienen el abrazo fatal
de un carpintero
que no quería ser rabí…
En la pantalla de plasma
el estrecho bigote de un nuevo dictador
la insoportable huella de un oso carnicero
hundirse sobre la nieve resignada
de Siria, Auschwitz y Terblinca…
Los nietos hermosos de Palestina
inmolarse como pájaros de fósforo azul
junto a los gritos ensordecedores
de una ambulancia o un mortero…
Mientras escucho un shofar
llorar sin descanso
el corazón de María en los suburbios
de Getsemaní
en cuyos muros pretéritos
no ha dejado de orinar
piedras y sangre
ese viejo gorila llamado
Herodes El Grande…
El solo hecho de mirar
me hace culpable
ser parte de esto
es mi castigo…
Criptogramas
Desatados, sobre el polvo de la muerte que he pisado tantas veces
los dedos luxados de un río garabatean sobre mis hombros
todas las rutas posibles hacia la ansiada salvación de los hombres.
Está cercano el instante feliz
en que la tripulación del otoño y sus retrasos
dejará pasar el aliento liberador de la salobridad
la vertiginosa caída de las cenizas sobre el umbral de la caligrafía
y su conocimiento.
De los ojos inmensos y flexibles de la noche
anegados de rotos espejos y fogatas
he quitado todas las vendas de cloroformo y yodo
que cubrían también las hondas heridas de este hígado juglar
y sin advenimientos.
El litio astillado y las tabletas de Valium de la boca
de esta criatura tatuada con los espesos detritus de mi nombre
fósiles de una vida sin sentido
esparcidos como juguetes sin cuerda en los ángulos umbilicales
y amargos de este laberinto
que tantas veces he transitado dormido
porque era mejor no estar ante la tiranía de varios
granos de café.
Y creyendo que era dueño de todo
construí reinos extensos donde reían los hijos prohibidos del mar
donde los adjetivos de aquellos orgasmos domados
con su brusquedad y sus agrios bagazos de ira
penetraron la verdadera esencia de todas las cosas
que me quitaron las horas junto al cuerpo inanimado y frío
de una Biblia ya deshojada por los niños y los profetas.
Levanté templos con las palabras
para los esqueletos dipsómanos de un naufragio de sombras
a quienes di de comer abundantes desperdicios de hilaridad
largas conversaciones con Dios
trozos calcinados de una historia viviente
horas dilatadas, abrazado a la pesada cruz de los temores
descifrando los criptogramas del alma.
Al final, comprendí que solo era un hombre más
disfrazado de oveja entre los lobos de una manada cualquiera
sin nada bueno que ofrecer a los suyos…
arrodillado, siempre clamando al cielo por un perdón
que apenas merecía
sin ninguna posibilidad para la reconciliación de los
verbos difíciles
que escupen los turbados fantasmas que habitan ahora
las sucias comisuras de mi boca…
La alforja de los desprendimientos
Una bolsa de celofán cargo
todo el tiempo arrugada
llena de vértebras que no dejan de doler
un dolor del que me platicaron
los enfermos de la calle muchas veces
pero nunca imaginé tener
entre mis cosas más cercanas.
Atascadas bajo la lengua
unas reumas para pisar con cuidado
los dientes sucios de las alcantarillas
un evangelio de azúcar
para dar de comer a las hormigas
que no dejan de jadear como peces sin agua
debajo de la estufa.
Un fémur dislocado de cuarenta y cuatro años
para encarar esta conflagración
de todas mis rabias apretadas, intestinas…
que arrastro intoxicado
por el desasosiego de no saber si seré nada ni nadie
algún día en ese cuarto oscuro
que llamamos destino.
Dos pulmones colapsados por el lodo
de los cigarros que nunca he fumado
una cola de estridentes juguetes
que remolco en este santuario de monjas
divorciadas de un hombre
que todos llaman Dios
para justificar las incontables averías
de esta casa en ruinas
donde sólo los muebles empolvados
reconocen el rostro cartilaginoso y esquivo
de todos mis parientes.
El estigma violáceo
de haber nacido tarde y asfixiado
entre los muslos desnutridos de mi madre
sobre una mesa obscena de madera
en la anarquía atroz de una cocina
atestada de crudos fermentos y trigo
donde la ausencia de mi abuelo José
expulsó con su mano tatuada de pólvora negra
las pústulas blancas del invierno
el fruto agrio y sin semillas
del viñedo marginado de los justos.
Una fotografía de la infancia en sepia
manchada con el óxido de la aflicción
que no deja de sembrar en la memoria del ártico
rudas y largas estacas de lámina cortante
el caldero en que reposan las glándulas
raquíticas y anémicas de los buitres
que siguen comiendo las entrañas
de nuestro cadáver que no quiere
dejar de entibiarse entre los vivos.
Los vasos torcidos de este suero salobre
empantanado de células culpables
bajo la inteligencia corrosiva de la carne.
Desahuciada, la cicatriz que paraliza
la punta sin punta de mi lengua
que solo sabe fabricar verdades a medias
mentiras banales de poeta
como un signo antropológico de odio
en cada marea de saliva…
los cristales sucios del desamor
que no dejan de temblar en la pobreza egoísta
de mi semen…
En los aceites de mi cerebro la electricidad
circular y coterránea de la neurosis
en los dedos de los muertos y su escritura
ese gemido de noria que aplasta
el páncreas de nuestros harapos
y nos obliga a beber el resquemor inagotable
de su jugo…
El mercurio de las negaciones bajo el asfalto
que esconde los secretos anquilosados
de los hombres arrepentidos y las cañerías
en que susurran los labios rotos del entendimiento
el significado metafísico de la palabra adiós.
Ese nudo marino que oprime sin descanso
la garganta del magro quijote que acaba de nacer
un quebrantamiento de huesos tiernos
de vísceras teñidas de orina
y fatales adicciones…
De los cráneos hebreos
en los remozados campos del holocausto
ese aliento podrido en los resabios del aire
que tiene por entrañable tarea
no dejarnos respirar…
Hermosa fuga de las palabras difíciles
son los corpúsculos de esta alquimia
en la alforja de los desprendimientos:
abierta de lado a lado una herida
en el mismo lugar de otra herida
habitada por cuantiosos fantasmas
y gusanos hambrientos…
Una nota ilegible en la botella vacía
de un niño sin padre
a la deriva en el líquido amniótico
como la soledad incurable de una apoplejía…
Mordiendo una manzana
ese par de simios desnudos
por quienes los ángeles nos arrojaron
del conocimiento que custodiaba el paraíso.
Una sinagoga de roncos profetas
donde las horas sin la abundancia de Dios
dejan su aguzada caligrafía de nomos
la sonrisa amarillenta de un Iscariote
como un estallido de fósforos mojados.
Isla entumecida de los remordimientos
en que ha encallado la mirada feudal
de la soberbia y sus horrendas criaturas
donde rompen sus aristas los ácidos
de fulgurantes charcos de lluvia
en los que no podemos ahogar
el rostro desfigurado de tantas preguntas
que han de quedarse como todos nosotros
sin el alivio que produce la respuesta…
SOBRE EL AUTOR:
Álvaro Baltazar Chanona Yza (Mérida, Yucatán, 1962).
Asistió al Taller de Literatura Elías Nandino del Departamento de Bellas Artes de Jalisco (1979-1981) y al Taller de Poesía de la Universidad Autónoma de Baja California (1982-1990). Ha publicado Catarsis, La alforja de los desprendimientos, Preludios para Cáncer y El evangelio turbio de Virgo. Obtuvo la Rosa de Oro de los Juegos Florales de la ciudad de Tijuana en 1985 y los Premios Municipales de Poesía de esa ciudad en 1987 y 1988. Mención de Honor 2010 y 2012 en el Premio de Poesía José Díaz Bolio.
Sus textos se encuentran en las siguientes antologías: Poetas de Tierra Adentro I, de Héctor Carreto (1991); Un Camino de Hallazgos. Poetas Bajacalifornianos del Siglo Veinte, de Gabriel Trujillo Muñoz; La Voz Ante el Espejo. Antología General de Poetas Yucatecos, de Rubén Reyes Ramírez (1995); Del Silencio Hacia la luz: Mapa Poético de México de Adán Echeverría y Armando Pacheco (2008); y Panorama de la Poesía Mexicana de Rubén Falconi y Romica Cazón (2009).
También se está incluido en el Diccionario Biobibliográfico de Escritores de Baja California siglo XVI-siglo XXI, de Gabriel Trujillo Muñoz (IMAC, 2000). ahora, su más reciente libro con el Instituto de Cultura de Yucatán, La Alforja de los Desprendimientos (2009)
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