
Rodolfo Hinostroza (Lima, Perú, 27 de octubre de 1941, 1 de noviembre de 2016) marcó un hito dentro del devenir poético de la literatura peruana. Es recordado como un gran poeta, partícipe del giro fundamental que da la poesía latinoamericana en los años 60, escritor, periodista y gastrónomo. Entre sus principales influencias se menciona a Ezra Pound, Apolinaire y Saint-John Perse. Los cinco poemas presentados aquí provienen del mítico libro Consejero del lobo (1965).
ECLIPSE
Un sol negro semejante
A la premonición del desastre. Un sol muerto
Robando las plegarias de los campesinos ojerosos.
Un sol ajeno a todo lo que habíamos conocido
Hasta entonces
A todo lo que habíamos sufrido hasta entonces.
Este es el sol que ha descendido sobre nuestras ciudades. Ha
Agotado a las doncellas. Ha roto de un hachazo
Las gruesas mesas de madera y los toneles
De vino espeso como sangre de gallo. Ha tensado
Los mares y los ríos. Ha cortado la leche
De las madres primerizas. Ha revelado
A los bachilleres sudorosos
Que hay una espera completamente sobria
De lo inevitable.
Fría como el rodar de las esferas celestes.
Todo está ahora detenido. No obstante
Hay como el ruido de cubiertos en una larga sobremesa.
Y bufones huidizos, bufones
De orejas puntiagudas
Soportando en sus jorobas las secas maldiciones.
AL EXTRANJERO
El extranjero canta entre mares resecos. Su voz
Se asemeja a un entrechocar de piedras, es
Árida como los terrones rojos. Sabemos que en su pueblo,
Justamente bajo la estatua de Neptuno y la hierbamala
Algo ha terminado de morir.
(Lo vieron en Queen Street
mezclado a las procesiones bárbaras,
bebiendo del gollete
licores concebidos por esas hierbas secas, y esto
fue en tiempos del ciclón de la gruesa cintura.)
Se sabe que ha pisado el espíritu
De sus jóvenes amantes, que ha besado
Las cuadernas de un bergantín que olía. Se sabe que cerca
De Artemisa y más tarde en La Mulata se bañaba desnudo
Y decía que el mar era de orines de virgen, y esto era
Hacia el quinto año de la Revolución.
(Hace más de dos años
se le vio en la Plaza del Caballito
descifrando las inscripciones de cierto monumento. Y reía
con ganas y abrazaba a su amiga
una que tenía rostro de medallón azteca.)
El sol le da en los ojos y fatiga su nuca.
El extranjero hilvana fragmentos y fragmentos
De canciones, y recuerda los arcos de los grillos y
La forma de las constelaciones
Como viejos rebaños congelados.
Hay soledad
En las partes siderales ahora. Hay soledad en los caminos
Mondos y en las pavorosas piedras que guardan las
Ciudades.
Reposan las llanuras resecas y los mitos
Y los nombres de las ciudades ácidas, y
Las moscas que rondan a esa fruta podrida.
ABEL
Caín, Caín
¿Qué has hecho de tu hermano?
Génesis
Muerto y de pie, entre la luna y la ciudad suspendido.
Muerto
Fantástico estoy rugiendo en la hondonada
Donde me condenasteis por siglos y siglos.
No veré la Tierra Prometida que vosotros construiréis
Entre hierro y metralla. He sido arrojado
Por la espantosa violencia de la Idea,
A otras playas, otros símbolos,
A una muerte peor que la de vuestros héroes.
¿Dónde plantaré mi pie inmortal para fundar la raza?
¿Qué médico palpará medrosamente mis llagas infernales?
¿Entre qué muros que no son los designados por
Vosotros reposaré,
Y engendraré, y seré padre de hijos hostiles a mí?
Vuestro es el territorio. En vosotros la extensión de la
Conciencia
Como una playa blanquecina. Dueños de los mercados
Públicos,
De las grandes construcciones hospitalarias,
Del pan y la sal, del alma rasa de los hijos de los hijos.
Idea de justicia en vuestros torsos desnudos,
Sudor y lágrimas en el lecho, y luego la muerte
Suspendida como la noche sobre nuestras nucas.
En el alba del suelo alguien escribió mi nombre sobre
Una concha marina
Y alguien perdido entre espesos legajos decretó mi
Destierro
Y pronto me hallé en otras playas, tratando de recordar
Qué gente era mi gente purificada por las abluciones de
La Idea.
Rostros muertos, manos encallecidas, pájaros marinos
Pasaron, dejando mi espalda marcada de yodo y salitre.
El destierro
De lo que será el corazón humano ha descendido esta
Noche
Sobre el justo, sobre el inteligente que yo era
Y me retorceré en el lecho, y no habrá más que el
Aullido de los perros
Y las secas campanadas de la catedral.
Razón, Diosa
Cubierta de mataduras y maldiciones sin fondo
Deja que esta noche en que yo recibo mi destierro
Con los ojos brillantes y el cuello palpitante,
Me sumerja en tus aguas olvidándolo todo,
A Abel muerto en la pira con que honró a Jehová,
Al que murió purgando la delicia de amar a todo lo
Humano,
Al justo escarnecido.
Deja, Diosa, que olvide
Y que me purifique de odios en ese río que deviene y
Todo lava
Hasta que mi hermano venga a mí sin evidenciar culpa
Alguna
O hasta que yo vaya decidido a su encuentro decidido a volver a
Encender
Mi hoguera.
RELATO DE OTELO
Sí, te amo! Y cuando no te amo
vuelve otra vez el caos.
Shakespeare
«Cierta vez, en Aleppo…
sí, fue en Aleppo donde me desgracié con ese infiel
circunciso:
Le ceñí con sus propias babas, y su lengua morada
escupió sus plegarias
Y así salvé mi vida. Esta vida que tan poco valía y que
hoy pesa en tus manos
Como un cofre de ébano, Signorina.
Aunque yo caiga
Tumbado sobre un sueño de paz
Roto por las matracas de la guerra,
Nada se habrá perdido si es que no te he perdido
Aunque yo caiga sobre los amargos tablones del recuerdo,
Y recoja el final de la experiencia, y encuentre que sólo
es un ave mojada
Y el término y sentido de este viaje se extravíen
Como arras oxidadas de algo que no ocurrió, nada se
habrá perdido
Si he logrado hacerme amar por ti.
«¡Moro! ¡Por quién has combatido! ¡Moro!
¡Para qué has combatido!, me gritaron los jinetes ociosos
Viéndome hablar contigo. Y en verdad Signorina
Después de este feroz ascenso de flecha malherida, he
vuelto la cabeza
Por ver a quién servía, y no he encontrado a nadie. Pero los tuyos
Escupen a escondidas cuando paso, y los míos me niegan,
Y ese callado impulso de grandeza que me arrancó de
esclavos y galeras
Ha cesado, y es como si de pronto, en la alta noche
El rumor de la mar cesara, despertándonos,
Y el helado temor y la premonición trepasen la garganta como
arañas.
Hacia Chipre una vez,
Un insolente rubio me dijo que yo apestaba a rata. No pude sino
Herirlo.
Y entonces me arrojaron del barco, y quedé solo otra vez,
por mi olor, por mi piel, por esta mi mirada que ahuyenta a los
búhos.
Y quedé solo
después de haber contado una penosa historia
de brutalidad y miseria, de espantos y gargajos,
y de una avidez de amor
arriba de la piel, debajo de la piel
Tensa como un tatuaje, Signorina…»
ADOLESCENTE QUE DESPIERTA
Una deliberación de ala y la tormenta es lo que cae cuando
la agria balandronada de los sueños se pega al paladar
y el muchacho despierta en la mañana
penetrando el espejo con un grito. La estridencia que acecha
en la materia de los violoncelos, el enemigo bosque
turgente como una curva embreada, someten bruscamente
su furor y su régimen.
Y el muchacho despierta en el silencio
tatuado por el vuelo de un mosquito
y el terror se evapora con el sol
que empuja levemente al aire perezoso.
No ha crujido la rama ni se ha partido el trueno
y el burro blanco rumia bajo el sol de noviembre. No habrá noche
este día,
ni el sol tirará de sus redes llevándose este suave calor a las
sentinas.
Y el zumbido infinito de la queresa, indica
que el tiempo no transcurre.
(Esta misma mañana podría suceder
toda una historia de gorriones y de bárbaros,
un confuso ajedrez de mil mundos guerreando
sobre la palma de una mano, un mismo verbo
gimiendo y levantándose como un licor amargo
en los zócalos de las ciudadelas. Aquí
sólo el silencio es música; y las leyes del cielo tiran
inasibles plomadas
de inmensas catedrales. El tiempo avanza y vuelve
a retroceder como una pulsación, y hay algo de paz y levedad en el
conejo,
y ese musgo que crece sobre los yesos apagados y húmedos.)
No habrá más noche ni lloverá de noche,
y toda el agua cabe en una espumadera, y el muchacho
ha de lavar su cuerpo con ese jabón áspero, bajo la luna
transparente,
comida por el sol, casi
un trapecio de niebla.
Huele a escorzonera y la piel de conejo. Crecen
y caen reyes en las aguas del tiempo detenido.
No volverá a dejarnos
la luz del sol en ese frágil burladero del sueño, que convoca
las furias y las penas.
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