
Marcapiel felicita a la poeta Elva Macías por haber obtenido el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2017. Dicho premio será entregado durante las XX Jornadas Lopezvelardeanas, que se llevarán a cabo del 11 al 15 de junio, en Zacatecas. Elva Macías nació en Chiapas en 1944, estudió lengua y literaturas rusas en la Universidad Lomonósov de Moscú. Fue maestra de español en China, difusora cultural en el INBA, subdirectora de la Casa del Lago y directora del Museo Universitario del Chopo, de la UNAM. En 1994 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer por Ciudad contra el cielo. Es autora de ensayo y literatura infantil. Entre sus obras se encuentran los poemarios Al pie del paisaje, Entre los reinos, Imperio inmóvil y Mirador, que reúne gran parte de su producción poética. A continuación, presentamos cinco poemas de su autoría.
Octubre
Las lluvias del Soconusco:
la vertical,
la horizontal,
la lluvia subterránea,
tuvieron aquí su encrucijada.
Bajó con ellas un siglo de rencores,
ríos de cacao empedraron el agua.
Llovió
sin tregua,
sin arca,
sin paloma.
Las nubes olvidaron
lo que sus algodones descoyuntan:
el aire de la tierra,
el cuerpo de su alma,
la entereza de su equilibrio.
No alcanzaban los ojos para verlo.
Llovió de tanto llover
que contemplamos el revés de esta tierra.
Perdí mi casa,
Perdí a mi hermano,
Perdí mi cayuco y mi cabeza.
Tengo por sepultura un cerro.
Enero
No sé a qué hora nací.
Desconozco mi carta astral
Y mi ascendente.
En un día adverso,
a las dos de la tarde la vida
me parece difícil,
a las tres, insoportable.
Lo único que quiero es enrollar
mi cuerpo como un gato y dormir
una siesta con el sol en la espalda.
¿Será esa la hora?
Con la fecha no hay duda.
Más de un calendario,
occidental, chino o tibetano, me llama
al hato empecinado de las cabras.
Algo de cada una celebro:
la vocación nutricia de Amaltea,
la lascivia del fauno,
los pies hacia el abismo y la mente
en las cumbres peladas del insomnio.
La cuenta de los días
Se ha perdido la cuenta de los días.
No podemos volar a un aeropuerto acosado por la niebla
llevando con nosotros el ataúd de la madre.
Nuestro destino –lo reconoce la compañía aérea–
puede ser incierto.
Mal dormidos, los hijos nos aprestamos
al viaje entre las nubes mientras
ella inicia su largo camino
hacia el sur en la carroza que a la hora del desencanto
no tomó la forma de una calabaza
aunque los conductores se convirtieron en ratones
de oficio gris y traje pardo
junto al plomo pavonado de su féretro.
Comienza en el altiplano su largo recorrido
por los valles escalonados.
Como ave migratoria sobrevuelo el regreso para mirar
los densos follajes donde se pierde y reaparece
el carro de la muerte.
Es el último viaje que emprendemos juntas
y lo deseo interminable.
¿Cómo se llama un bosque de mangos?
Bajo las cúpulas verdes de tu infancia
mangos asados destilaban miel sobre tu boca.
¿Cómo se llama un bosque de mangos?
Corre, corre más por la vida que aún te ronda:
los florecidos árboles de mango de Veracruz
las dunas entre las que se asoma el mar
como en cada regreso en vacaciones.
Los potreros van a la derecha
y el ganado pasta bajo la lluvia
en esa trama de cortina núbil.
Formas de luz
Qué es lo que busco
en las formas de luz que te iluminan
El quinqué de petróleo apenas sostenido
en las madrugadas de tus seis años
mientras la abuela destazaba la carne
Las lámparas de gasolina temidas y deseadas
Las primeras bombillas eléctricas
encendidas de las siete a las once de la noche
Las lámparas de carburo para las cacerías
que despachabas en la tienda y su olor a inframundo
Una lámpara sorda delante de tus pasos
o la luz y el oro seco de tu risa .
Leave a Reply