
Apología a la trepanación del cráneo
Amemos la crueldad de la estatua.
R. Castellanos
¿Quién no ha intentado
trepanar el cráneo de su amor?
Perforar lo que no se ve
al silencio que se impone como ser
y nos devora.
Habrá que abrirlo con cuidado
con una cuchilla delgadísima
suturar rápido.
Habrá que dejarle intacto.
Quién no ha intentado
trepanar
el cráneo de su amor:
seguro nos amará
después de la herida.
Escribo porque conozco mis visiones pero no sé de mi infancia. Sé que tu pensamiento iluminado me dibuja hasta ceñirme entre las sombras. Estás tan cerca, habitas el arco de mi cráneo. Cada memoria tuya es sólo la tumba que pulveriza mis ojos. ¿Recuerdas, hermana? Ciega, cuando niña jugabas a atrapar peces entre tus dedos. Nunca estuviste sola, y yo nunca acabé de nacer del todo. Hoy te visito para conocerme, saber de la tesitura y el volumen del pasado. Nadie más puede encontrarme porque mi soledad es una noche sola. Abre la puerta, salgamos a buscar el claro en esta tierra. Es tiempo de vivir toda la furia del mundo: ellos arrojaron mi cuerpo en el océano. Abre la puerta, hermana, no temo ahogarme. Hoy me sucede un monstruo constelado en las heridas. El abuelo enjuto no está aquí pero de mí come. Nuestro amado nos heredó esta tierra; no la soñamos, estamos aquí, moramos unidas deseando hallar su halo luminoso. Busquemos el lugar más cómodo, su rincón más amable, un espacio menos frío.
Este rostro de Magritte,
negro sobre fondo negro de Rothko
un dibujo sostenido de Picasso
un círculo apenas de Cézzane,
tres estudios de un paisaje
de tan hecho soledad
entre Turner y Matisse.
Olvidemos que siempre hay alguien antes de nosotras: nuestra niñez no tiene dueño, si vamos a ella no acabamos de poseerla nunca. Abre la puerta, es nuestro día de confesión: no del amor sino de todo lo que esconde amor en nuestros ojos. Abre la puerta, mira en mi ojo dentro para evitar que mi cuerpo —lo que se oculta dentro de mi cuerpo— me arroje al mundo como un animal herido.
Es cierto, los niños mienten
pero aquí dejo mis visiones:
Toda infancia es terrible
(y nuestro amor está aquí
para salvarlo todo).
El primer odio del día
deseo
a quien amo oscuramente
y en los espejos de la noche
sólo escucho:
todo es una gran mentira.
Si compartimos
la misma bóveda del cráneo,
distancia igual al borde
donde sentimos el vacío.
La misma infancia abierta,
un invisible círculo entre los pliegues
del párpado.
Y tres veces desde ayer,
nos negamos.
Porque la moral es un espejo cóncavo
que refleja los rostros más bellos,
y observamos
ceniza entre los hombres
amados en mitad del luto.
Porque sólo el odio
nos conmueve
y quizá,
sea lo único que nos salve.
Alcándara
Escribo que rompo un foco
y todo se vuelve negro.
Yves Bonnefoy
La noche es irreductible:
arquea tu sombra
y abre revelaciones inútiles.
Ha preguntado por la duración de la vela
fugaz que ciñe mi carne acalambrada
o cuál blandura cierra la palabra dicha:
sucede, sin embargo la negrura
—espacio tibio para dos cuerpos—
nos aprisiona hasta tornar esférica su aguja
para que no se descarne, dices,
hay que zurcir la rabia,
pero es tanta que revienta:
el iris duele
duele ver cómo tu ojo
—lo vedado;
lo que se vierte dentro de tu ojo,
sale de ti para reconocerme
pero no me reconoce.
Solos en ese instante
nuestras sombras arquean
dan paso a revelaciones inútiles:
por qué tu córnea herida
por qué perdemos la visión.
Es cierto que las respuestas
enlazan a quién pregunta,
que lo interrogante
danza en lo desconocido.
Irrefutable es el puñado de fulgores
que padece nuestra memoria:
sólo en ellos podemos desconocernos,
desconocerlo todo y asirnos al hilo
de la certeza.
De nada sirve ser noche y predecir
tejer hasta que la luz interrumpa:
no hay luz que en verdad venza la negrura
su aullido nada dice en la caída
tampoco pasa que nos pertenezca,
no intuimos el chirrido
menos la duración del canto.
La alcándara atraviesa de lado a lado
el hueco en mi ventana,
sé entonces por qué mora
mi sombra arqueada
entre las cuencas de tus ojos.
Nosotros hablamos con los muertos
Es un corazón,
este holocausto en que me adentro.
Sylvia Plath
Nosotros hablamos con los muertos.
Hablamos con los muertos que habitan el ojo de la aguja.
Cuando perdemos la sinceridad,
el ocaso del plural que descansa en los pulmones.
Entonces sabemos. La s.
La grafía de piel violácea, somete lento
entre vocales inconclusas.
Uno piensa en nosotros;
nosotros hablamos con los muertos,
pero cuando la espina atraviesa
el nulo latir del corazón,
entonces —sí, entonces—
cuando duele:
ahí reconocemos, ingenuos,
la s que incomoda:
el poema de Ajmátova
que guardamos en el closet.
La navaja que atraviesa el corazón de la s.
La s de Van Gogh que cercena entre los óleos.
Ella lo sabe, me reconoce entera.
La sílaba violeta.
La palabra S.
La rima externa de Caifanes,
la lírica mundana, Enrique
y su señorita hermafrodita.
Festejo: el seseo es para los vivos.
Sylvia me observa desde el horno:
nadie responde,
hablo con el ojo
de mi aguja.
Roxana Cortés Molina (1988, Guerrero). Licenciada en Filosofía y maestra en Estética y Arte. Recibió el XV Premio de Filosofía y Letras (BUAP, 2014) por el poemario Estudio para cráneo y una mención honorífica en el XII Concurso de Creación y Ensayo Literario (UAM, 2011) por el poemario Fractal. Ha sido becaria del Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología (CONACyT) y del Espacio Común de Educación Superior (UNAM-ECOES). Ha publicado ensayo y poesía en revistas como Graffylia, Cuatro Patios, La hoja de arena y Cuadrivio, entre otras. Actualmente es becaria del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Guerrero (PECDAG) en el área de poesía.
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