
Gerardo de la Rosa (Estado de México. 1984)
Autor de los poemarios Este corazón un tigre enloquecido (2010) y Contramar (2011) y del libro de cuentos Un triste y loco amor (2014). Antologado en Doscientos años de poesía mexicana (Tlaxcala 2010); El rapidín. Microrrelatos Iberoamericanos 2011 (Cascada de palabras, DF, 2011); Poemas para un poeta que dejó la poesía (Cuadernos del Financiero, DF, 2011); Cordial-mente (presa en la mira) (Ver. 2016) y Grafía ( Ver. 2016). Parte de su obra ha sido publicada en diversas revistas de México y del extranjero, como Río Grande Review, Crítica, Círculo de poesía, Revista Cronopio, Nocturnario, etc. Ha sido Becario del PECDAT (Tlaxcala 2013 y 2015); Premio Estatal de Cuento “Beatriz Espejo” (Tlaxcala 2012); Premio Estatal de la Juventud (Tlaxcala 2011); Segundo lugar en el Primer Premio Nacional de Poesía Joven “Jorge Lara”, (Yucatán, 2009). Premio Estatal de Poesía “Dolores Castro” (Tlaxcala, 2008).
Hay una calle en Brasil,
en Curitiba se han detenido un par de autos
la rua en silencio total
van dos pies meciendo unos hermosos espirales
en el fondo del cielo verde el sol va callando
alguien abre los labios para pronunciar tu nombre
mueves la cabeza tan lentamente como queriendo no mirar
a quien te invoca
pero el corazón te ha estremecido más de la cuenta
los músculos vibraron desde lo más profundo de tus carnes
y tu sangre veloz te ha llenado el rostro de un color rosáceo
haces pausa en un rostro viejo conocido
todo gira en círculos alrededor de los dos
la calle se ha puesto feliz
la samba explota en las ventanas de tu habitación
desde otra ciudad desde otro tiempo se inicia el baile y la fiesta
otra vez la voz diciendo tu alfabeto sagrado como una oración
repetido desde siempre y para siempre
tus pies en ligero temblor se vencen a la melodía de aquella voz
“mi Jenny”
Iba conduciendo en Reforma
antes la ciudad de méxico era el distrito federal
en ese antes viví en Mesones y caminaba todos los días cuatro o cinco calles
hasta un tienda de lámparas donde yo vendía recipientes para la luz
allí conocí una japonesa que en mí reconocía un viejo amor
en el cuerpo de uno de sus maestros de universidad
yo era entonces un chico de doce años venido de la provincia
y nada sabía de los jugos del corazón enamorado
qué tristeza tener corazón y no saber cómo usarlo
allí también conocí a mi amigo Juan que era el que limpiaba los coches de los dueños
por las tardes en la hora de la comida
me contaba de su novia Paola
estaba enamorado hondamente de aquella mujer con cabellos rubios y ojos almendrados
en ese antes yo le preguntaba cosas del df
cómo llegar a tal o cual lugar dónde comer y dónde no andar
él me respondía rápidamente y continuaba hablándome de su novia
Pasaron tantos días y me regresé a la provincia
nunca conocí a nadie con el nombre de Paola
hasta apenas ayer en el metro una mujer de cabello espiralado
me preguntó cómo llegar a Mesones
yo la llevé y todo el camino hablamos de lo bello que era el df
antes de llamarse ciudad de méxico
al despedirnos ella me dijo su nombre
“me llamo J. Paola. Ven a visitarme”.
Han pasado los años y no sé cómo han pasado
dentro de mí hay días sin descanso
Han pasado dos primaveras con sus dos otoños
dos inviernos y sus dos veranos
una beca más y un deseo de ir al extranjero
me han nacido las ilusiones de tener hijos
me he comprado un reloj y otro par de zapatos
he visitado a mi padre con regularidad y a mis hermanos
he dejado de ver a mis amigos
mi esposa cada vez es más bondadosa y soñamos ya con una casa propia
mis sobrinos se van quedando lejos
y los años nada perdonan
porque todo lo que hay y habrá tus ojos no han de mirar
busqué siempre más allá de tus ojos dónde se guardaba la alegría
rasqué en la profundidad de tus córneas a saber ese amor
todo oscuridad disipada en las arterias no logré reconocer nada
más tarde
supe por tu voz en el sueño que la felicidad estaba regada en la familia
en tu hijo que se fue a vivir lejos
en tu hijo que no sabe cómo sortear la vida
en tu hijo que tiene miedos de abrir sus penas
en tu hijo que se queda huérfano
en tu hijo que nada sabe
en tu esposo que cabalga como jinete cansado la rueda de los días
allí en ellos reposa ese gramo de felicidad y nosotros nunca lo supimos
nosotros sabemos que estás allá en un lugar oscuro y frío
te llueve encima del pecho y te quema la luz solar del medio día
tus ojos aguardan la llegada de nosotros
y al final de los tiempos triunfará tu deseo de unirnos para siempre
nosotros sabemos que todo está tocado con el peso de tu ausencia
donde hubo voces reina el silencio como una espada desenvainada
donde hubo hogar queda apenas la memoria de unos pasos
el movimiento de las cortinas al soplar el aire
Han pasado los años y no sé cómo han pasado
dentro de mí hay días sin descanso
hace tiempo que no hago nada sino sobrevivir
dejé tiradas las palabras y el verso ahogado en algún lugar dentro de mi sangre
mis huesos anchos reposan como enjambres
no tengo más deseo que dormir y dormir y dormir
algo dentro mío está aprendiendo a alejarse de la vida
No quiero ser más este hacinamiento de huesos que espera nada
más aquél que respira porque no puede evitarlo
no ser el que llora cada noche pensando en lo frío de tu nombre
ni aquél que ha olvidado dónde amanece y dónde va la noche al nacimiento
Son dos años desde que la alcoba de tu casa sintió el peso de la muerte
allí un centenar de llanto humedeció las escaleras
son veinticuatro meses que cada uno ha aprendido a estar solo
buscamos más allá de los días en la memoria tu voz y tus gestos
y tenemos miedo que el tiempo también eso borre
Nada queda sino la frágil imagen de tu cuerpo
el breve murmullo cuajado en las ramas de los árboles
la sonrisa abandonada en el patio de los días alegres
¿Sabrás que allá en la otra vida hay un lugar para tus hijos?
¿También habremos de morir en tu pensamiento?
Acá todo es pregunta de tu vida
no hay otros amores guardando tu nombre
acá llueve cuando es temporal y todo marcha según las reglas del vivir[1]
Han pasado los años y no sé cómo han pasado
dentro de mí hay días sin descanso
[1] No está leyendo un poema. Está leyendo una simple lamentación de alguien a quien se le ha muerto su madre.
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