
III
El sol se pone cada tarde y sale al día siguiente, pero nosotros, cuando se nos apague la vela, dormiremos una noche sin fin.
Tomé estas palabras prestadas para ti,
en lugar de decirte
una botella inscrita, un barco de periódico,
o un cadáver lanzado a la deriva.
Y es que nunca me hubiera preguntado
cómo es posible que la suma de todo lo vivido
se resuma en una imagen sepia;
cómo es posible que de algún muro de la plaza,
entre ilegibles garabatos y grafitos,
haya tomado todo lo que un día
quise decirte y no pude.
Ahora recuerdo cada una de esas líneas
sagradas, intactas casi,
como el agua efímera del Tíber.
Por su préstamo, no ruego el perdón de los dioses.
A fin de cuentas, las palabras escritas en los muros
terminan borrándose
por el sol y nuestros ojos; ya sólo queda
devolver en ruinas
todas aquellas cosas que nombramos.
Al amarte, yo mismo me he nombrado.
Leave a Reply