
Ofrecemos en exclusiva para Marcapiel tres poemas nocturnos del autor mexicano Ricardo Stern (1976)
NOCTURNO I
¿Él, quién, de qué o cómo?
¿Qué es él? ¿La manzana o el manzano?
Nada. Es piel con dunas por tantos desiertos,
tantos, tantos de piel, de arena,
piel de naranja enjuta, algo seca, piel,
piel de caminar piel,
recorrer piel del mundo, azul de mar o amarilla de desierto,
piel barbada de bosques y selvas, barba verdinosa,
y sentarse en desiertos,
en tantos, en la muerte que quema,
la muerte que es desierto.
En la muerte, peral en flor, perfume
de peras fermentadas, rico perfume,
pero también desierto,
camino, caminando.
Él es la muerte, y él soy yo.
Y recargamos nuestra alforja
de pan, para el camino,
suspiros, flores rojas,
tequila de la cantimplora de un caído,
algunas medicinas antiguas
que consuelan…
Él soy yo, yo esperando, enfermo,
y el arenoso aire de mis suspiros.
Él canta, canta ronco, arenoso, como un siroco,
un siroco de muertes, una oda de papiros azules,
desolados por vientos, como la carabela
que me esperaba en un puerto.
Habrá tartas de peras este otoño,
y canastas en la cocina
con manzanas pudriéndose.
Será un otoño más, desertado.
NOCTURNO II
Cuando la enfermedad
te ataca hasta dormido,
e invade hasta tus sueños,
y en tus sueños te hostiga,
y te ahorcan mil manos,
las de la noche…
las de tu propia noche,
y en sueños cavas tumbas,
sabes, entonces, ronco,
amargo, seco, sabes,
que se acabó el verano,
que se acaba la arena
tras el cristal sutil,
sutil e inconmovible,
y ya la vida, oscura,
requema hasta los sueños
con su noche quemante.
Hambrienta calavera,
tus dientes de pasado
me muerden y desgarran;
tus ojos de futuro
más abiertos que nunca,
ecuánimes, no lloran,
pero tampoco miran,
sólo guardan secretos;
tu hueco de presente,
bóveda existencial,
me resuena, resuena
mi voz polvosa, oscura,
la de cuerdas vocales
pulverizadas, solas.
Mi pena y mi retrato,
eres yo mismo, muerte.
NOCTURNO III
Otras veces, en cambio, ya ni duermes,
te haces pieza apenada
de violonchelo y aire,
te quema el aire la nariz,
y preguntas a Dios si existe algo
que lo conmueva.
Como Jonás, estás enojado con Dios
y no quieres hablarle,
pero sigues hablándole, y crees,
aún, en cierta forma,
que esto es sólo un entrenamiento
o tal vez ya la guerra,
una guerra secreta que empezó,
y no supiste;
una guerra enigmática
y muy solemne, toda llena
de aquél “misterio del dolor”,
oh, tan antiguo y tan perpetuo,
de que nos hablan los venenos
y los teólogos…
Prendes la luz, la apagas
nueve, catorce veces,
te tomas una medicina
tras otra, en busca de eso
que el cielo decidió
no otorgarte una noche más:
un poco de salud, algún consuelo,
un pequeño azahar del Paraíso,
algún remedio temporal.
Pero no llega y eso es raro,
es como si valieras menos
que el niño al que ni el padre malo
se atreve a darle una serpiente…
Es como si valieras menos
que el niño al que ni el padre malo
le da una piedra en vez de un pan.
Serpientes te cayeron como maná,
serpientes peligrosas, nocturnas,
que te envenenan cada noche,
y te impiden dormir.
Y piedras densas y veloces
te han destrozado el cráneo, el alma y la mandíbula
en la lapidación sumaria de las sombras.
Y sin embargo, tratas de seguir creyendo
que, en el camino, eres
un plagado manzano
cuyas ramas desgaja un ángel delirante,
para injertarle nuevas,
más fértiles, más vastas, más acordes
con la tardía primavera,
guardada como un germen en
los corazones afligidos.
Ricardo Stern, escritor y paisajista nacido en Ciudad de México en 1976. Estudió Piano (CNM), Literatura Dramática y Teatro (UNAM) y Arquitectura del Paisaje (Poitiers, Francia). Se ha dedicado especialmente a la literatura, en todos sus géneros, el análisis político, la traducción y el diseño y construcción de espacios exteriores. Ha publicado la novela Aquí no se sirve café (Sediento, 2012), y el ensayo La razón ardiente (Galma, 2014). Radica desde 2000 en Valle de Bravo, Estado de México.
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