
En esta ocasión presentamos seis poemas de Miguel Idelfonso, quien es actualmente uno de los escritores más premiados de Perú. Los textos que el lector encontrará, se sostienen a través de un tono de largo aliento, y revalorizan algunos temas que han sido fundamentales en el quehacer lírico de Latinoamérica: la identidad, la poesía misma, la niñez y la maternidad y el viaje. Su poema Noviembre conviene en una mezcla de referencias bíblicas y de la cultura pop norteamericana.
Mi propio país
Las nubes escribiéndome en millones de lágrimas,
las luces que aún permiten reconocer los besos finales del mundo,
los ángeles columpiándose en el parque vacío,
los años que dejé abandonados en las esquinas,
recogerán mi cuerpo.
Y no habrá ningún poema que me hable de ti.
Mi oración de esta mañana es el frío que carcome los fierros.
Mi oración está en el lugar más perdido de este poema:
palabras escondidas entre silencios
que vienen como vientos a dictarme su inutilidad.
Abrazo la sombra del Paraíso
mientras espero que cambie la luz del semáforo, sea cualquier ocaso.
Abrazo un retorno, aunque no sea otoño, y voy al jardín abandonado
de donde nunca se han movido nuestras almas.
Hay en los edificios una mirada _ a lo lejos _
que tiene mucho de divino, puesto que ya no le interesa el tiempo
que se demore en aprender a volar.
Abrazo a los árboles que se mueven conforme
a las estrellas más lejanas, sea cualquier noche.
Las aves no dejan de cantar el nacimiento del moho
en las paredes vacías de las casas.
Las ratas no dejan de chillar en los subterráneos,
exiliados de luz como yo.
Ah este andar por las calles sin que a nadie le importe,
este vivir prisionero del cuerpo.
Cómo no envidiar tus aguaceros, Maestro,
tus rimados jueves y tus frágiles huesos húmeros.
Y aun con toda esta rabia, me preocupo como tú,
Vallejo, qué será del que no fue, qué mirará el que creyó,
qué es del que espera ver lo que aún no tiene palabras.
El único propósito de escribir poemas es el de no tener propósito.
Por eso yo presiento en algún lugar de mi existencia
la existencia del país.
Yo presiento que existen horas que miden el tiempo,
pero fuera del tiempo, y desde allí nos dictan los abrazos.
Mi oración es una antena oxidada en el techo de cualquier casa.
Un pájaro se posa en la antena
y se pone a mirar el crepúsculo
sin entender nada o tal vez sabiendo
que así termina el día y así empieza la noche.
– Yo buscaba un refugio en la poesía _ dije_,
lamentablemente ese refugio estaba copado de vacío.
– Un refugio es también un diálogo. _ Respondió.
El extraño camino de la poesía de Abel
Si la poesía dijera algo
quiero entonces que diga:
“o reche modo to edire de za tau dari do pradera coco”,
que en español peruano dice algo así como:
“oh saudade un viento azul se lleva nuestras angustias”.
Si la Poesía hablara, yo sabría hacia dónde va este poema.
Sé que hay ríos, ciudades, Heráclitos y Dantes
por donde Uno pasa a veces como un extraño.
También edificios, de El Porvenir, por ejemplo,
por donde se pasa obligatoriamente todas las tardes,
colgado de una corbata o de los audífonos,
como un albatros sucio
mismo el extraño de pelo largo.
Si la Poesía comunicara sería un puente.
Por eso existen puentes en mi ciudad natal:
Santa Rosa, sobre el río Rímac, donde el Infinito
es un despliegue de colores o un cuadro de Humareda
que sale del hambre de los que lo habitan.
Puente México, sobre la Vía Expresa,
donde el Infinito nada en la neblina que vuela
entre edificios inertes
y un polvo gastado que no sabe adónde ir como el Amor.
Puente Quiñones (el más nuevo), sobre la Av. Javier Prado,
donde el Infinito se pasea como un satélite espía
leyendo todo tipo de anuncios luminosos de la Modernidad.
Por todos esos puentes el alma, el corazón, el sexo,
todo se pasea como un extraño animal que ha escapado de su jaula.
Entre Ayacucho y Andahuaylas,
pueblos andinos del Perú (perdonen la tristeza), hay precipicios
donde hasta la Vida misma pasa como algo extraño,
y las vísceras y las uñas y el carro en que se viaja
pertenecen a una nueva Metafísica.
Si la Poesía fuese como una mujer (como decía Bécquer)
y estuviera callada (como le gustaba a Neruda)
no dejaría de ser Poesía, los Románticos me aplaudirían,
me dirían que la siga hasta el final, sí,
porque ella de cualquier forma es la luz del mundo.
Má
Mamá llevaba siete corazones
y un sol cuando la conocí.
Esto sucedió por el año 1970, tres años más quizás.
Mamá tenía brazos blandos, suaves y fuertes.
En su fortaleza, poco a poco, fuí escudriñando.
Mamá enseñaba.
Ella me enseñó a oír el silencio de las estrellas.
Un día ella me golpeó en la cara, junto a la nariz.
Obviamente, yo Yoré.
Pero aprendí que la vida es un largo camino
hacia la contemplación.
Mamá me hablaba de un pueblo pasado.
Las historias las iba tejiendo como un manto
que nos iba cubriendo en los inviernos.
El tiempo pasado no tenía un monumento
en la plaza del pueblo.
Pero los niños hacían figuras
con el barro arcilloso del río.
Mamá nos hizo de ese barro, y nos dejó volar
hacia el pasado muchas veces.
¿Qué diría ella, ahora
que me encuentro lejos de todo
y he perdido las alas?
Mamá me llevaba a la feria.
Yo Yoraba de todo.
Por eso ella me llevaba a jugar con los niños
que no lloraban.
Una tarde me perdí entre los cajones de frutas.
Pasé la barrera de los pájaros.
Yo escuchaba un tema de los Beatles.
Me perdí entre los mendigos.
Cuando estaba a punto de salirme de mi cuerpo
oí la voz de mamá.
Me sujetó de una mano. Y camino a casa,
yo comprendí que bajo la luz del mundo
no había nada que temer.
Vamos al sol, decía.
O si no, de noche, vamos a tomar aire.
El tiempo pasado ya estaba escrito en las estrellas.
Y la casa crecía mientras subíamos a la azotea.
Pasaron años.
Muchas explosiones veíamos desde la azotea.
Madre, déjame ver las explosiones, le decía.
Si vas, hijo, se apagará la luz en un segundo.
Madre, si no voy la luz me enceguecerá.
Pero si vas, tal vez ya no querrás volver.
Mamá lloró en sus siete corazones.
Por cada corazón un Ave María.
El tiempo pasado se apoderó del presente.
Los niños que no lloraban ya no jugaban en la feria.
Tiempo después ya no hubo feria tampoco.
Mamá trataba de hallarme desde la azotea.
Con tanto ruido yo no podía oír su voz.
Perdí la luz.
Perdí el camino.
Por eso ahora escribo este poema.
[José María]
ese tacto como fruto de su órgano que vive
ese sustrato de lengua que devora lo informe
ese punto cardinal en el cerebro que lo ubica
en una ciudad de hambre
José María venía en bus por la Oroya a Lima.
En sus audífonos escuchaba a Lou Reed.
Afuera, los cerros mojados, la lluvia entrándole por el hueco de la bala.
Esa mezcla de Perfect Day con la caída de la lluvia puso nostalgia
a la visión cristalina de la ventana.
Recordó entonces cuando chiquillo dormía sobre los pellejos,
aprendió el quechua, canciones más tristes todavía que las de Lou.
Los cerros con sus minas ya no eran moradas de mitos.
Cerros como tumbas de Huarochirí y humo que salía de las chimeneas.
Un tren fantasma entró a un viejo túnel,
la lluvia sepia como las cuerdas de un arpa le cosquilleaba el hueco de la bala.
Entonces se preguntó si en cincuenta años todavía existiría este país.
Esta idea lo avergonzó, puso otra canción, algo de Pastorita,
y casi el empezar a dar vueltas en torno a ello quedó dormido.
La carretera daba curvas, lo acurrucaba.
Oye niño – le dijeron – regresa a casa.
Pero su madre murió. Niño, esta no es tu lengua. Pero él cantaba en el bus:
Aun no veo el cerro de mi pueblo,
soy un forastero,
soy un alma que vaga junto a un río.
Tengo un revólver al cinto.
Mi corazón, una tinya, un charango y una quena.
Ay mi corazón se lo llevó el río
y aun no veo el cerro de mi pueblo.
José María cantaba en quechua con su guitarra de palo, pero adentro,
en las entrañas de su voz, los danzantes ya contaban sus pasos.
La muerte – es una herida que se lleva desde el nacimiento
la muerte – es un alma que acompaña: una nostalgia, un país.
El niño que cantaba en el río llamaba a su madre para que lo salve.
Ese niño tenía miedo que se lleven su corazón,
que en cincuenta años nadie cante sus canciones en quechua.
Porque el país tenía montañas y cargamentos que llegaban a los puertos,
lo saqueaban todo, se lo llevaban todo.
Ese paisaje de perros famélicos que anunciaba la entrada a la ciudad
iba mezclando la muy dulce melodía de su voz con el fuerte sonido de una bala.
Sus amigos lo querían, pero el resto no entendía el quechua,
ni quería entenderlo. Cosas de serranos, decían ellos,
ellos que hoy publican sus libros, lo estudian, lo celebran.
José María, el día que pusiste la pistola en ti
alguien tocaba su violín en las alturas de Andahuaylas.
Ellos esperaban que lo hicieras para hacer de ti una leyenda:
la gran leyenda cultural del país. Ellos que escupían en tus cantos.
Con una mano cogiste el arma: yo nacía cuando te despedías.
Tres días antes cantaste en una reunión con amigos.
Alguien grabó tu voz y aquella grabación fue una burla a la muerte
que siempre te asechó.
Fue tu victoria sobre una prole de intelectuales.
Un día antes fuiste a La Parada a comprar discos de huaynos,
nos emborrachamos escuchando a Jilguero.
Nos vemos mañana, tú naces, yo muero, cantabas.
Habrías tenido un flash back, tu infancia entre los indios,
una clase en la Universidad o algo como una retama
que al comienzo te hiciera dudar,
pero que luego más bien te impulsara con una fuerza irrefrenable.
José María, una mujer canta en la esquina de mi calle,
viene de Ayacucho. ¿Estaré yo en su canto?
¿Estarán mis poemas en la palma de esa mano de barro?
José María, tú cantabas en quechua un rock en el fondo de mi tumba.
Yo escribo esto para cantar en ti.
Noviembre
En qué dirección va el viento
esta tarde de noviembre
subo y bajo de la azotea
y miro los cerros alrededor
miro las casas más lejanas
miro las paredes de mi cuarto
no sé adónde va la tierra
y su nave la Vía Láctea
y su cuarto el Universo
y el cosmos entero
que se encoje y se expande
como mi aturdido corazón
esta tarde de noviembre
escribiendo y dejando de escribir
oyendo la radio
música clásica y los ladridos
de los perros prisioneros
como los agujeros negros
o las estrellas vírgenes de Hollywood
¿en qué dirección vive Scarlett Johansson?
¿a dónde se va a peinar?
¿dónde compra el pan en tardes como esta?
qué me diría si le digo
que la otra noche soñé con ella
que vivíamos ella y yo en un planeta ubicado
en Andrómeda
y éramos allí como Adán y Eva
solo que no teníamos
a ningún dios que nos echara de ese paraíso
lo malo era que nos aburríamos
viendo televisión
qué diría ella con esos labios sensuales
carnoso rojos intensos
y sus risueños ojos herederos
de Marilyn Monroe
quizás le ofendería la parte
en que nos aburríamos allá
pero era solo un sueño
y eso es algo que se puede mejorar
sigo aquí
en este planeta azul
sigo garabateando papeles blancos
subo y bajo de la azotea
¿qué hora es?
¿vivir es un viaje hacia la muerte?
¿morir es la desaparición
de esta escritura que empezó con Góngora?
somos polvo cósmico
mas polvo enamorado cósmico
soñé con Scarlett Johansson
divisé en la azotea
los cerros las casas lejanas
las vidas allí diseñadas
por las grandes constructoras
algún día el sol nos abrazará
como dios
como el amor de dios
el instinto asesino dejará de ser instinto
dejará de ser asesino
no habrá que matar
no habrá quien mate
Caín y Abel se borrarán de nuestras culpas
y de todas las biblias
en todas las lenguas publicadas
no sé definitivamente
y nunca sabré
a dónde va este viento de noviembre
no tengo nombre
no tengo cuerpo ni espíritu
soy esta tinta manchada que fluye
desde el filo de estos papeles
¿todo esto es una ficción?
¿una película de Woody Allen?
¿una novela de Paul Auster?
si los perros dejaran de ladrar
si dejara de tener sueños húmedos
¿se acabaría la poesía?
Scarlett
nunca diré que hubo noches
que te adoré con locura
nadie sabrá que en tus brazos
borracho de amor
me quedé dormido
Epílogo
La poesía es otro mundo / es posible allí dejar de escribir / tan solo una palabra bastaría para salirse de ese otro mundo / es por eso que salgo todas las mañanas / camino a mi bar favorito / pido una botella de cerveza / leo el periódico y espero que un ángel me conduzca a la morada de su dios / bastaría la voluntad para cambiar de hábito / pero la poesía es otro mundo donde solo se mueve una mano para mover ciudades enteras / guerras / parques / equipos de fútbol / todos vivimos un mundo diferente / todos somos un mundo diferente / este es el mensaje subyacente / ahora tomémonos de las manos / seamos niños / seamos animales
Miguel Ildefonso (Lima-Perú, 1970). Licenciado en Lingüística y Literatura en la Universidad Católica del Perú. Hizo una Maestría en Creative Writing en la Universidad de El Paso, Texas. Ha publicado los libros de poesía: “Vestigios”, “Canciones de un Bar en la Frontera”, “Las Ciudades Fantasmas”, “m.d.i.h.”, “Heautontimoroumenos”, “Himnos”, “Los Desmoronamientos Sinfónicos”, entre otros. En el 2005 publicó el libro de relatos “El Paso”, con el que ganó el Premio Nacional de Cuento de la Asociación Peruano-Japonés (2005). También ha publicado las novelas: “Hotel Lima”, y “El Ultimo Viaje de Camilo”, y antologías como “Memorias In-Santas” o “21 Poetas Peruanos”. Ha dirigido las revistas “El Malhechor Exhausto” y “Pelícano”. Su poesía y prosa han sido publicadas en antologías como “Pasajeros Perdurables. Historias de Escritores Viajeros”, “Los Diez. Antología de la Nueva Poesía Peruana”, “Los Relojes Se Han Roto. Antología de Poesía Peruana de los Noventa” y “La Letra en que Nació la Pena. Muestra de Poesía Peruana”. Ha ganado el primer premio de poesía en Los Juegos Florales de la Universidad Católica (1995), los Juegos Florales de poesía El Paso-Texas University (2001), el Premio Nacional “Copé de Oro” Poesía (2002), el Concurso de Cuento Alfredo Bryce Echenique (2003), el Premio Nacional PUCP en Poesía 2009, el Premio Iberoamericano de Tegucigalpa (2013) y el Premio José Watanabe de Poesía (2015), entre otros.
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