
Presentamos cuatro poemas de Juan Guillermo Lera. Nació en la Ciudad de Guatemala en el año 1993. Estudió Letras en la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC). Fue incluido en la antología de poesía publicada en ocasión del Festival por la Memoria Histórica en el año 2011. En el 2013 obtuvo el tercer premio en el certamen de Ensayo dedicado a Miguel Ángel Asturias por la Facultad de Humanidades de la USAC. Miembro fundador de la Asociación Cultural Internacional América Madre-AMA-. Ha trabajado como gestor cultural en el Colectivo Cultural Pie de Lana y como Profesor de Lengua y Literatura en instituciones educativas de enseñanza media en Guatemala. Ha participado en diversas lecturas de poesía y festivales culturales en Guatemala y México.
Todo aparenta quietud en las calles
que trepan desde la avenida central, a toda prisa. Recorres
la inmensidad parpadeante, cerrándose y abriéndose al empuje
de un sol ciego, la plaza desnuda tras las cortinas
grisáceas de la polución, de la bruma. Subes por la carretera
igual a un camino de espejos rotos. Los patios, las banquetas
angostas despobladas sin los pasos de fantasmas,
la fría sensación de lo ya conocido,
las ratas que perforan montañas de basura
y la estatua decapitada de algún dios antiguo
en cada muerte del crepúsculo, te dan la bienvenida
extranjero de ti, caminante incansable
de regreso siempre en la Ítaca, la casa, la última morada.
Animal urbano
I
Un alarido de muerte retumba
en el abismo gris del cemento.
La ciudad es un nudo impenetrable
que se cierra en laberintos
y me encierra.
La orbe es un sitio de asechanzas
una vereda de riesgosos precipicios
una carretera de dioses caídos
y presentimientos trágicos.
II
Mi andanza
tiene piernas de trapecista
y pies de macho cabrío
que saltan al vacío
en lances sonámbulos
y carnavalescos.
III
La poesía ha de convertirse
en un arma contra el filo del hastío
y la fragilidad de este tiempo
la alquimia que disuelva
mi muerte de vida natural
incrustada en los huesos
todas las mañanas
en el espacio desvelado que habito.
Quiero romper con la vocación maldita
de pequeño dios herido por la nada
en este clima de eternidad resquebrajada.
La noche abre sus fauces,
rezuma sus ansias
del tiempo viejo del mundo
aquel tiempo
cuando era nueva
en la oscuridad del universo.
Noche de sed,
llueve.
Es una noche de sed,
detrás de estas
sonámbulas palabras
también hay lluvia,
la crepitación
de un cielo derramado,
el derrumbe en silabas
de un hombre de este siglo.
Atrás de mi verbo
estoy yo
con los zapatos mojados
como un brasero
de agua quemada.
En el viejo café
He ahí
afuera de mi
el mundo
penetro lo ojos en la esquina
desde una silla del viejo café
dos hombres
encontrándose como bestias fósiles
un poco muertas
solas.
Café-Café se sacude
con la furia primitiva
de esos hombres que se destruyen
con la puñalada del grito.
He ahí
criaturas componiendo
un cuadro excesivamente humano
del mundo
también como un espejo
donde los demás prehistóricos nos vemos,
perforado por rayos de ruidos de motores.
Cae un hombre
se estrella un automóvil,
un relámpago retumba en el pecho
me desgajo en palabras sueltas
y este vértigo que me produce el mundo
el hombre abatido.
la materia del auto triturada
se guarda en mi café.
He ahí, afuera
desde mi fondo,
el mundo.
Retórica
Me tomo del saco
me llevo hasta cruzar
el umbral de la puerta
la luz de afuera
se empasta en mis ojos
nueva expectativa,
ideas martillando la cabeza
a falta de acompañante
arrastro mi sombra.
Fiel a mis fantasías
y mundos inventados
contaminado
con mi propia retórica
marcho por la orilla del tiempo
persiguiendo la muerte de la tarde
con polvo y finitud en la cartera.
Después del mundo surcado
mi sombra tiene sed,
conversamos:
la ciudad se desmorona
nace un verso
una porción de vida que me inunda.
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